La obra que aquí se presenta tiene su origen en 2020, coincidiendo con el confinamiento, que Rafael Canogar pasó en su casa en la costa del Sur de España. Allí, sin apenas materiales, comenzó a explorar con diferentes soportes adquiridos casi de forma aleatoria por Internet. Una de ellas fue el plástico de acetato, que resultó en pinturas con una base de papel de uno o dos tonos, con una lámina de acetato dispuesta por encima, sobre la que el artista traza una línea horizontal más matérica.
Este modelo creado con el papel y el acetato lo llevó posteriormente al gran formato mediante el empleo de metracrilato, donde el artista trabaja el anverso y el reverso. Ahora, presenta de nuevo un pequeño formato, esta vez siguiendo las técnicas de litografía y serigrafía, manteniendo el papel y el acetato como soportes. Pero además, esta estética entraña una fuerte carga simbólica pues para él representan paisajes de cielo-tierra y tierra-aire, donde la impronta del hombre se hace patente a través de las pinceladas.