El origen de la obra que aquí se presenta tiene su origen en 2020, coincidiendo con el confinamiento, que Rafael Canogar pasó en su casa en la costa del Sur de España. Allí, sin apenas materiales, comenzó a explorar con diferentes soportes adquiridos casi de forma aleatoria por Internet. Una de ellas fue el plástico de acetato, que resultó en pinturas con una base de papel de uno o dos tonos, con una lámina de acetato dispuesta por encima, sobre la que el artista traza una línea horizontal más matérica.
Este modelo creado con el papel y el acetato, lo llevó posteriormente al gran formato mediante el empleo de metracrilato, donde el artista trabaja el anverso y el reverso. Pero además, esta estética entraña una fuerte carga simbólica pues para él representan paisajes de cielo-tierra y tierra-aire, donde la impronta del hombre se hace patente a través de las pinceladas.
Toda la obra de Canogar de los dos últimos años sigue esta misma línea, evidenciando cómo el artista, a sus 86 años, ha sabido renovarse. El pintor, que inició su trayectoria a finales de la década de los 50 como miembro fundador del Grupo el Paso, retoma aquí la búsqueda de la esencialidad que movía entonces al expresionismo abstracto e informalismo. Él mismo ha destacado recientemente su voluntad de volver a trabajar con mínimos elementos para potenciar su radicalidad, como ya hizo en época de plena vanguardia española. Vuelve así a su origen, cerrando el círculo que comenzó a trazar allá por los años 50.