En una intrigante parodia que involucra al artista, al pintor y al espectador, Arroyo persiste en su crítica y humor ácido, desentrañando la realidad sin resentimiento. La serie «Entre Pintores», que presentamos con gusto, muestra hombres ataviados con esmoquin y bombín, evocando el tema de los deshollinadores, encapsulando la esencia de la obra de Arroyo al intentar descifrar el papel del artista. Estos pintores, a diferencia de los deshollinadores, ocultan sus identidades al representar sus partes expuestas con puntos de colores, sumergiéndolos en el anonimato y planteando la recurrente interrogante sobre qué significa ser un pintor.
Esta representación ofrece una visión distante de los pintores, invirtiendo el papel del sujeto, convirtiéndolo en objeto de contemplación o representación. Según Calvo Serraller, el espectador asume el mismo papel que el pintor, liberándolo de la culpa de juicio. Esta estrategia de crítica política refleja el entorno artístico cerrado de esos años. La vestimenta elegante de los pintores, cual gángsters, sugiere una visión controvertida ligada al arte, compitiendo en un mundo artístico mercantilizado. Como ciegos de su propia pasión, los pintores dan la espalda a la realidad, sumidos en una dedicación exclusiva y excluyente.